domingo, 5 de marzo de 2017

Una crónica de Buenos Aires.


Obelisco

Avenida Belgrano y Pasco.
La iglesia de Santa Rosa de Lima se muestra imponente y en sombras. Es plena noche.
Vamos caminando por Belgrano. Cada tanto pasa algún que otro auto y algún que otro taxi con la banderita de libre encendida.
Silencio, quietud.

Iglesia Santa Rosa de Lima

Ciertas mueblerías dejan apenas visibles sus vidrieras, con tenues luces que emiten alguna lámpara o velador prendido, para dejar entrever sus diseños; otras están totalmente iluminadas, sin esconder nada. Y otras, en total oscuridad.
Un hombre viene caminando en dirección nuestra, pero decide cruzar de vereda a mitad de la cuadra. Se debe haber asustado al ver a dos personas caminando hacia él.
Nosotros seguimos por nuestro camino, caminando despacio, tomados del brazo, disfrutando del leve viento que sopla y nos refresca la cara; es pleno invierno, pero estamos bien abrigados. Tres cuadras antes de llegar a la Avenida Entre Ríos encontramos a una persona durmiendo, pegada a una vidriera, sobre un viejo y roto colchón, y tapada con una gruesa manta. Ojalá esté bien.
El Disco de Belgrano y Entre Ríos ya está con todas sus luces prendidas, preparándose para recibir la mercadería, mientras hombres y mujeres limpian los pisos.
El Ebro, lugar donde pensábamos parar, está cerrado; así que doblamos por Entre Ríos, buscando un café abierto donde calentar el cuerpo.

Avenida Entre Ríos

Ya se notan algunos autos más y algún que otro colectivo con gente sentada (todavía poca, en comparación con la que llevan durante el día).
Solo vemos abiertos los maxikioskos; con sus empleados aburridos que ven la televisión, o que mientras acomodan productos en alguna heladera, miran cada tanto a la calle para ver cómo está todo. Si tienen que atender a un cliente lo observan con cara escrutadora, y le alcanzan el pedido a través de las rejas.
La farmacia  que está en la esquina de Alsina y Entre Ríos también está abierta; y el viejo Comité Nacional, que está a la vuelta, tiene las persianas bajas. Recuerdo la primera vez que entré, fue en 1981 para el velatorio de El Chino Balbín.
Cada tanto nos cruzamos con alguien tan abrigado como nosotros, que nos mira de reojo.
Y así llegamos a la esquina del Congreso, lugar de recuerdos importantes: la alegría por la asunción de Alfonsín, la tristeza por su velatorio veintiséis años después, la rebelión carapintada... Horas difíciles, los recuerdos me vienen a la mente como una catarata: el Jueves Santo, después de ir a comprar el pescado al ex mercado Spineto, me fui para el Congreso y me sumé a la columna de la Franja que venía del Comité Capital por la Avenida Callao, a la altura de Bartolomé Mitre.

Congreso Nacional

El bar de la esquina de Hipólito Yrigoyen también está cerrado, así que tenemos dos opciones: ir hasta el Iberia, por Avenida de Mayo, o seguir por Callao. Nos decidimos por la segunda.
Sobre Rivadavia hay abierto un local Nac and Pop, pero no es lo que buscamos.
Qué lástima da el viejo edificio de la confitería El Molino, por años lugar de reunión de artistas y políticos de todos los partidos, ahora abandonado y deteriorándose.
Al pasar por la Casa de la Provincia de Buenos Aires quedamos encerrados entre los edificios y las vallas policiales que están sobre el cordón de la vereda. Parece la escena de una película post-apocalíptica: paredes con afiches a medio despegar, una barricada, sin autos, sin gente, papeles en el piso movidos por el viento. Nos hizo acordar a “Soy Leyenda”.
En la cuadra siguiente, un viejito está abriendo su puesto de diarios. Seguro está por llegar el distribuidor. Nos paramos a mirar y aprovechamos a comprarle una revista. Salió una nota interesante sobre Euskadi (el que la redactó entendió bien qué es el País Vasco, una buena mezcla de tradiciones y modernidad), y un reportaje a Julieta Ortega (mina linda e inteligente, la combinación perfecta, como mi Tere; aunque nadie es más linda e inteligente que mi Tere). Al principio el hombre se asustó, nunca le deben haber comprado una revista a las cuatro y pico de la mañana, pero cuando vio que nuestras intenciones eran solo esas, se calmó y nos atendió muy amablemente.
Por fin llegamos a La Academia. Ya tiene  en la puerta el pizarrón con la promoción para el desayuno. Entramos y nos sentamos en la fila de mesas del medio. Está calentito. Yo pedí un café doble, y Tere pidió una 7up. El café es excelente, fuerte, negro, acenizado.
Ya hay algunos parroquianos: pegado a una de las ventanas del frente hay un muchacho con una portátil (¿alguien que no se acostó?, ¿alguien que empieza muy temprano?).
Al lado nuestro, una pareja comiendo minutas (¿cenando tarde?, ¿desayunando?, ¿almorzando temprano? Vaya uno a saber).

Bar La Academia

Del lado de la otra ventana, tres hombres durmiendo frente a sendas tazas de café vacías; uno ya está desperezándose, los otros dos siguen durmiendo abrazados por las sillas de respaldo redondo y apoyabrazos (¿gente que no quiere dormir sola en su casa?, ¿gente sin casa?).
El café siempre es un buen refugio, un buen cómplice; como dice el tango Cafetín de Buenos Aires: “sobre esas mesas que nunca preguntan”.
Esas mesas que escuchan todo y nunca revelan lo que escucharon. Esas mesas que escucharon a radicales, a peronistas, a enamorados, a abandonados, a solitarios, a amigos, a vencidos, a vencedores, a alegres, a melancólicos, a poetas, a pintores, a escritores, a rockeros, a tangueros, a luchadores, a los que se rinden sin luchar.
El contraste con los parroquianos durmiendo, lo marcan cuatro hombres en un rincón del salón de pool, jugando alegremente a las cartas.
Los televisores prendidos, que apenas se escuchan, sólo entretienen a los mozos.
Para pasar al baño hay que cruzar el salón de billar. Es impresionante ver casi veinte mesas de billar, con sus paños verdes, listas, esperando a que alguien juegue en ellas.
Afuera ya se ven más colectivos, llevando a la gente que entra a trabajar bien temprano o llevando a sus casas a los que vuelven muy tarde, y también camiones repartidores de todo tipo. Ya son las 5.40, la ciudad empieza a desperezarse.

Interior del bar La academia

Después de 40 minutos en el bar, es hora de irnos. Antes de salir recorro los cuadros con fotos que muestran distintas décadas del país, desde los cuarentas hasta los dos mil: Perón, los militares, Alfonsín, Charly y Nito, Los Abuelos, Maradona, Olmedo, Porcel, Tato, el gordo Pichuco, Piazzola, Don Osvaldo Pugliese…
Salimos.
El cielo sigue oscuro. En la vereda de enfrente tres chicas algo entonadas paran un taxi. Seguramente salieron de una fiesta.
Nosotros hacemos lo mismo y nos vamos a casa. Hacia el Este, una leve claridad empieza a levantarse.
Qué linda es Buenos Aires de madrugada, sin embotellamientos, sin gente apurada empujándose, y sin ruido.



3 comentarios:

  1. Fue una noche extraña y hermosa. Perfecta. Y un amanecer aún mejor. Te amo. Tere

    ResponderEliminar
  2. Bella crónica. Gracias por compartir bellos momentos

    ResponderEliminar