domingo, 27 de agosto de 2017

Un cuento mío (en entregas)


EL DESCANSO

Guillermo Echeverría


El sistema me despertó.
  La tapa se despegó del contenedor criogénico unos pocos centímetros, la atmósfera se despresurizó, el líquido “amniótico” se escurrió por las rejillas y la tapa terminó de abrirse.
  Abrí los ojos tosiendo y traté de sentarme mientras lo hacía. Me asomé hacia un costado y vomité un líquido blanco. Es horrible despertar en un cubículo criogénico.
  Volví a toser y volví a vomitar.
  Una vez que las funciones de mi cuerpo se normalizaron y mi mente se aclaró, salí del cofre y fui hasta el de Alrra. Verifiqué que todo marchara bien y me dirigí hacia la consola de control para iniciar el proceso que la despertaría.
  El viaje estaba llegando a su fin. 
  Ya nos encontramos en la región más fría del universo, y el último tramo hasta Belca queremos realizarlo despiertos. La travesía dura aproximadamente un mes terrestre, pero la nave tiene todo lo necesario para poder hacerlo. Es un carguero tipo Exélixi 72-59 MdFy que está quedando obsoleto. Ambos estamos agotados de viajar llevando carga por todo el espacio, ya es hora de descansar y disfrutar de un poco de tranquilidad.
  Belca es el planeta más exterior del sistema Esfés. De los tres que tiene el sistema, es el único habitado; pero la vida inteligente no es nativa, está formada por viejos pilotos de distintos planetas que ya se han retirado. En una época, era un lugar que bullía de tráfico interestelar; pero por alguna razón, Esfés fue quedando en el olvido y solo es recordado por los pilotos, quienes lo fueron eligiendo como lugar de descanso. Ahora ellos y sus viejas naves están allí, disfrutando de una vida tranquila; lejos de las cámaras criogénicas, los agujeros de gusano y las discusiones por la paga. 
  Pero, a pesar de sus habitantes, Belca es solitario. Muy alejado de su sol, es un lugar frío. El día oscila entre el amanecer, el atardecer y la noche, sin pasar por el día o la tarde plenos. Es rocoso, con montes bajos, vegetación que se levanta a poca altura del suelo y mucha agua.
  En tierra hay poca vida animal, apenas mamíferos pequeños y aves, sin embargo la vida bulle en el océano y en los ríos.
  Y nosotros vamos rumbo a Belca.


Alrra terminó de habituarse al ambiente de la nave y fue a preparar el “desayuno”. En la Rayo verde tratamos de mantenernos con los horarios de la Tierra, que son muy parecidos a los de Osvásc; pero, para cuando lleguemos a Esfés, vamos a tener que adecuarnos al ritmo de nuestro nuevo hogar.
  La comida consistió en café negro y yaos, unas galletitas que son la especialidad de Alrra. El sistema de almacenamiento de los orravásc es excelente; el viaje en criogenia duró varios años y las yaos están tan frescas como el primer día.
  Conocí a Alrra en Osvásc, su planeta de origen. Me llevó hasta allí un cargamento de especias. Luego, mi nave se averió, de modo que tuve que quedarme un largo tiempo mientras la reparaban. Me enamoré perdidamente de ella. Era la hija menor de una familia dedicada al arte de la comida. Su familia literalmente es considerada como parte de los artesanos de Osvásc, además de ser la fundadora de la cofradía Txajgorfar.
  Alrra es adorable, sencilla, cariñosa, atenta, es una compañera perfecta para alguien como yo. 
  Físicamente es bellísima: su piel es levemente rosada y apenas cubierta por un suave bello blanco; sus ojos oblicuos son grandes y rasgados, con cejas pobladas y los iris casi violetas; su nariz es algo chata y sus orejas, terminadas en punta, se extienden a los lados horizontalmente. Sus cabellos blancos le cubren la cabeza hasta los hombros, y por entre ellos surgen dos pequeños cuernos de hueso terminados en una punta roma, que comienzan en el centro de su cráneo y se abren hacia los costados. Tiene un cuello largo y hermoso que me encanta besar. Sus piernas tienen la típica rodilla invertida de los orravásc.
  Una vez que terminamos el desayuno, fuimos a la cabina de control para verificar todos los sistemas de la nave. Cuando todo estuvo en orden, y el destino final fue fijado, nos dedicamos a recorrer a pie todas y cada una de las secciones, para cerciorarnos de que estuvieran en orden (es una nave grande y nosotros vimos demasiadas películas de terror espacial).


El mes fue transcurriendo con tranquilidad. 
  En este lugar del universo hay muchas menos galaxias que en el resto. Es un sitio sobrecogedor, oscuro, frío; con inmensas extensiones de espacio vacío. Solo de vez en cuando se observa muy tenuemente alguna nube de gas brillante. 
  Alrra suele sentarse en el rellano de uno de los ventanales de la sala de descanso para observar durante horas esa nada. 
  La soledad es pesada, viscosa, se siente aunque estemos dentro de la nave. Y solo una fina pared de metal nos separa de ese solitario vacío.
  Hemos tenido el privilegio de ver cosas extraordinarias: la nebulosas Tarántula, Carina, Cabeza de caballo, la galaxia espiral Sombrero, la NGC 1300, las dos galaxias que se atraen mutuamente en Arp 273; pero esta oscuridad y este vacío le fascinan, lo veo en sus ojos. Alrra siempre tuvo alma de exploradora, y estar aquí, sin atravesar agujeros de gusano o permanecer en criogenia, es para ella extraordinario.
  Nuestra cama se encuentra junto a un inmenso ventanal. A veces despierto y ella está sentada entre las sábanas, observando. 
  Su piel, apenas rosada, siempre iluminada por unas pequeñas luces naranjas que sirven para que la habitación no quede completamente a oscuras, la hacen parecer un ser mitológico. Verla así resulta un cuadro perfecto y no puedo evitar sentarme detrás suyo, abrazarla, y observar junto a ella.
  Cuando lleguemos a Belca, por más que esté cansada de los viajes, seguramente va a extrañar todo esto… y seguramente va a querer explorar aquel mundo de punta a punta. Y, ¿adivinen qué? Yo voy a acompañarla.


El panel de control nos muestra que ha detectado la señal del faro de Belca, así que sincronizamos la nave con ella. Es el tramo final. En unos días, estaremos allí.


CONTINUARÁ...




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